Una vida por cortesía de los Transformers

Publicado el 9 de Diciembre de 2017

Corría la década de los ochenta. Una época de cambios radicales: El fin de la Guerra Fría, la Perestroika, el auge de las sociedades civiles y el fin de la TV abierta, con la llegada de MTV, CNN y ESPN. Pero en México, la televisión seguía bajo el control de instancias privadas, alineadas a las tendencias gubernamentales de una Presidencia dominada durante décadas por el PRI. Así, ejerciendo el control de los contenidos televisivos, la, en esa entonces, todopoderosa Televisa, dictaminaba qué debía ver la sociedad, ocupando sus canales 2, 4, 5 y 9, con telenovelas, películas mexicanas, caricaturas, series gringas, noticieros, futbol y programas cómicos. Sin embargo, por allá, en 1987, nadie de esa empresa vislumbró el éxito comercial de un show sobre robots, que a la postre, marcaría a la Generación X, por su originalidad y cautivante atractivo de sus personajes, los fabulosos Transformers.

Por Daniel Flores Chávez

Transmitidos por Imevisión, la TV del gobierno, Transformers causó furor a finales de los ochenta. Desde su inicio, esta serie animada, producida por la marca de juguetes, Hasbro, impactó al público con un estilo que mezclaba la dinámica de la animación asiática (fue elaborada en Japón y Corea), con tramas occidentales, en las que dos facciones, Autobots (los buenos) y Decepticons (los malos), se enfrentaban, a lo largo de 98 episodios, por el control de la energía de la Tierra.

Provenientes del planeta, Cybertron, los Transformers se emitían en capítulos de media hora, lunes, miércoles y viernes, protagonizados por los dos líderes de estas facciones, Optimus Prime y Megatrón, en una constante lucha del bien contra el mal. Así, las noches se tornaban en sepulcrales minutos, en los que, por lo menos, los chavitos de clase media, no hacían otra cosa que gozar de las aventuras coloridas de estos robots, cuyo lema era «más de lo que ves».

Además del boom de la caricatura, niños y adolescentes en nuestro país, babeaban al ver los juguetes de Hasbro, preguntándose cómo era posible que existieran semejantes tesoros, capaces de, como en el programa, convertirse de robots a vehículos y viceversa. Si bien, en 1983, los súper-mercados, jugueterías y mercados sobre ruedas, gozaron de grandes ventas con las figuras de Star Wars: El regreso del Jedi, para finales de la década, otra vez, estos establecimientos surtían y surtían sus anaqueles con los curiosos robotitos.

En tiendas como las ya extintas Aurrera, Bons, Comercial Mexicana, Gigante o París Londres, así como las aún «vivas», Sanborns, Suburbia, Liverpool o Palacio de Hierro, se podían adquirir diversos modelos de Autobots y Decepticons. Los más asequibles eran los minibots, seis figuras inolvidables para los morros de esa época, cuya alineación era conformada por Huffer, un chasis de tráiler, Gears, una especie de vehículo de rescate, Brown, una camioneta verde, Cliffjumper (qué por alguna razón extraña se vendía en su color rojo original, y otro en amarillo), que semejaba un auto compacto, Windcharger, un Pontiac, y por supuesto, el carismático, Bumblebee, en sus dos versiones, también rojo y amarillo (aunque para ser sinceros, su cara poco se le veía, apenas garabateada en la placa trasera).

Ya si se contaba con más varo, se podían comprar Transformers más grandes y espectaculares, como Optimus Prime, el poderoso tráiler y jefazo de los Autobots, o, claro, un Megatrón, que se convertía en pistola. Además de estos dos, salieron a la venta varios Decepticons, como Soundwave (se convertía en cassetera), y los aviones, Starscream, Skywarp y Thundercracker. Por el lado de los paladines, estaba Ratchet (la ambulancia), Prowl (la patrulla), Sideswipe (un auto deportivo) o Hound (un jeep).

Conforme el éxito de los Transformers avanzaba en TV (a pesar de que comunicadores como Javier Solórzano los detestaban, sí, Solórzano, el ahora afamado periodista), la oferta de juguetes se amplió, tornando las últimas navidades y días de Reyes Magos de los ochenta, en un caos para los padres de familia, quienes, como le sucede a Arnold Schwarzenegger en el Regalo prometido (Brian Levant, 1996), no hallaban el artículo deseado por sus hijos, teniendo que conformarse con los minibots que siempre estaban disponibles, o con las veinte mil copias o imitaciones, como los Transformables (este autor tuvo un Penbot, un robotito chafa que se convertía en pluma, que no duró completo ni una semana, ¡aunque la pluma sí escribía!).

A medida que nuevos personajes aparecían, más espectaculares y llamativos, surgían sus símiles de juguete. Si los padres creían que la fiebre Transformer se había contenido, surgieron entonces los Dinobots, los Insecticons, entre otros. Pero la locura se desbordó con Devastador, un robot gigante, conformado por seis villanos, llamados Constructicons, que se unían entre sí para dar vida al imponente némesis de los Autobots.

Lo mejor era que, como en la caricatura, el juguete se armaba con base en esos seis personajes, Hook, Bonecrusher, Long Haul, Scrapper, Scavenger y Mix Master, dando forma a Devastador, en ese momento, toda una novedad, a pesar de que ya existían figuras de acción de Voltron, el cual también se conformaba con la unión de varias naves. Pero como todo, la serie llegó a su fin, y con ésta, el desenlace de esta línea de juguetes.

Pasaron varias décadas para que el director y productor, Michael Bay, y Hasbro, unieran sus fuerzas para presentar en la pantalla grande una versión modernizada, en acción viva de Transformers, la cual se estrenó en 2007, convirtiéndose en un éxito global, aunque, claro, con severas críticas hacia Bay y su carrusel de efectos especiales, así como la exagerada intervención de los «humanitos» en la trama y el desborde por mostrar el arsenal militar de los Estados Unidos, en plena era post-9/11. En la película, según el realizador, el ejército gringo podía dar cuenta de Megatrón y sus huestes, con poca ayuda de Optimus Prime, Bumblebee y compañía.

El filme catapultó a la fama a sus protagonistas, Shia LaBeouf y Megan Fox, quienes regresaron para la secuela de 2009. Posterior a esa cinta, Bay y Fox tuvieron problemas personales aún no revelados (no es muy secreto que el buen Michael es todo un conquistador), por lo que sólo LaBeof accedió hasta el tercer capítulo, Transformers, el lado oscuro de la luna (2011), cuya secuencia de introducción es lo mejor filmado por Bay en toda su carrera, ya que en breves minutos, nos cuenta una pequeña historia de ciencia ficción hard, combinando elementos históricos, como las supuestas intenciones secretas del primer viaje a la luna, que más que una carrera contra la Unión Soviética, era la necesidad de descubrir una señal misteriosa, proveniente de este satélite. Hasta JFK y Neil Armstrong aparecen en escena en pos de concretar la misión.

Pero fuera de eso, dicha cinta, junto con la cuarta parte, La era de la extinción (2014), no ofrecen nada al género, sólo explosiones, chistes malos, más y más robots, que para ser sinceros poca importancia tienen en la trama, ya que, básicamente, Prime y Bee, son los dueños de la función. Y sí, los «humanitos». Entregado en cuerpo y alma a esta multimillonaria franquicia, Bay, aparte de la quinta entrega, El último caballero (2017), pretende hacer dos más, aparte de un spin-off con Bumblebee. Además, tan buena ha sido la relación entre Bay y Hasbro, que la compañía de juguetes ya planea entregarle todo el poder para que inicie una saga con otros favoritos de los ochenta, los Thundercats.

¿Y qué fue de Shia? Dicen las malas lenguas que, luego de estar en el pináculo de carrera, incluso siendo el «hijo» de Indiana Ford, Harrison Jones, o simplemente, Indiana Jones, al joven histrión se le subió la fama a la cabeza, retando, incluso, a su padrino cinematográfico, Steven Spielberg, quien en respuesta parece que lo vetó de Hollywood, pero, ¿cuál habrá sido el gran pecado por el que el Rey Midas de la Meca del Cine lo castigó? Tal vez, algún día, lo sabremos, por lo pronto, el show debe continuar, así que, como diría Optimus Prime: «¡Transfórmense y avancen!».

Autor: Shana

Actualmente el periodismo y los medios de comunicación están en constante cambio, en gran parte por las nuevas tecnologías. Por tal motivo, he creado shanafilms como un medio dedicado a acercar al público general una mirada profesional, crítica y entretenida a través del turismo, en cine, los videojuegos, el entretenimiento y estilo de vida, con contenidos originales.

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